Todos mirábamos expectantes, los otros chicos a mi lado hacían fuerza por tener una mejor perspectiva. Yo no los dejaba, ese era mi trono, me lo había ganado; había llegado primero y nadie iba a «incumplir» el código de «el orden de llegada». Miraba ansioso, excitado, tenía que tener cuidado con el vidrio roto, la ventana del vestuario femenino no estaba en las mejores condiciones. Ella iba a entrar a bañarse y yo la iba a mirar a los ojos. Ya era la hora, saldrían de la pileta ¡y a ducharse!. Un cosquilleo me recorrió todo el cuerpo, me incline y sin querer apoye las manos en el vidrio. Grite.
Hubiera sido mejor mirar por el ojo de una cerradura.
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