Camila Fourcade

La tierra no tiene nada que envidiarle al cielo y al mar. Excepto su color.

En la tierra poco abunda el celeste del cielo, el azul del mar, el turquesa “petróleo” del océano.

Salvo por muy pocas excepciones como el pavo real, algunos insectos, pequeños reptiles y aves y alguna que otra piedra preciosas escondida en la remota cima de una montaña en Irán.

No hay azules en la sabana, celestes en la selva, turquesas en el campo. Tampoco los hay en las montañas y en los bosques y mucho menos en los áridos desiertos.

El azul en la naturaleza terrestre lamentablemente escasea. Salvo por algunos seres humanos en los que, pese al aburrido tono “color piel” que caracteriza a la especie, podemos encontrar, arriba de los pómulos, con la nariz entre medio, dos destellos de azul marino, que nos recuerdan tanto al cielo como al océano, como al profundo color del mar.

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